viernes, 24 de octubre de 2025

EL TERRIBLE VICIO DE LA DESHONESTIDAD



San Agustín llevó una vida libertina hasta los treinta años, mas apenas abrió los ojos a la verdad, fue tal la vergüenza que se apoderó de él, que se convirtió (se ordenó sacerdote, llegó a ser Obispo y santo y el más célebre de los doctores, es decir, defensor de la Iglesia).

San Ignacio de Loyola, también a los treinta años, se disgustó de la vida militar, a la que se había dedicado, y con una voluntad resuelta, llamó a la puerta de un convento, se entregó allí a ásperas penitencias, lavó sus pasadas culpas y fundó la Orden de los Jesuitas o Compañía de Jesús, de la que es orgullo y gloria.

Camilo de Lelis, de una noble familia de los Abrazos, también de joven se dio a las diversiones y alegrías mundanas más a los veinticinco años reparó sus errores con un torrente de lágrimas, se hizo religioso y consagró su vida al socorro de los enfermos y moribundos.

¿Qué diré de una Magdalena Penitente, de una Pelagia, de una Margarita de Cortona, que de vaso de corrupción y piedras de escándalo se convirtieron en lirios del Paraíso? Su voluntad resuelta bastó para salvarlas.

Evitar las ocasiones y alejarlas de sí.

Aprendamos también en esto de los Santos.

Santo Tomás de Aquino, joven noble y elegante, fue encerrado en un castillo y allí tentado por una mujer infame; no pudiendo librarse de otro modo, se vale de la siguiente estratagema: toma del hogar un tizón y dirigiéndose a la mujer exclama: "O te marchas, o te quemo" con lo que puso en fuga a la desvergonzada mujer.

A San Francisco de Sales, noble también, y bien parecido, a los diez y ocho años, siendo estudiante, en Padua, una señorita con pocos modos, se atrevió a abrazarle de modo insinuante. ¿Qué hizo él? Prepara un salivazo y se lo arroja en la cara de la impúdica joven diciéndole: "¡Vete de aquí, emisora de Satanás!"

Al jovencito Díscolo, después de vencer todas las insidias de los enemigos de su fe, obligáronle a acostarse en un lecho de rosas. En la imposibilidad de librarse de quien le inducía a pecar, se encomienda a Dios y cortándose con los dientes su lengua, la arroja al rostro de la malvada tentadora, que bañada en la sangre de un mártir, huye horrorizada, llora y se convierte.

D. —Más éstos, Padre, eran santos...

M. —Entonces, todavía no lo eran, obrando con tal esfuerzo se hicieron. Aun sin ser santos se puede y se debe ser valeroso; basta con ser cristiano de verdad. Escucha:

Una joven conocida mía, devolvía en carta cerrada a un soldado libertino una infame tarjeta, diciéndole: "Indigna de mí que soy cristiana y de tí que eres militar". Otra joven, contestando a una carta desvergonzada de su novio, le escribía: "Nunca será mi marido un deshonesto. Desde hoy quedan cortadas toda clase de relaciones entre tú y yo".

No hace mucho, en Turín, entre la gente de plataforma de un tranvía, un lascivo pisaverde se permitió no sé qué broma descarada a una señorita muy apuesta. Esta, volviéndose con desdén, le endilgó una bofetada a aquel tonto, diciéndole en alta voz: "¿Quiere saber por qué?"

—Gracias, —respondió el desvergonzado—, no tengo necesidad, y descendió apresuradamente con el pañuelo en la nariz.

D. — ¡Bien, muy bien! ¡Merece la medalla!

M. —Otra medalla igual merece esta otra, también conocida mía, la cual a un mal educado que le susurraba al oído cierta cosa menos honesta le endilgó no ya una sino dos sonoras bofetadas, agregando: "Estoy dispuesta a repetirlo siempre".

D. — ¡Bien hecho! Si todas hicieran igual, se les apartarían los moscardones, ¿no es así, Padre?

M. –Así es. Y los que no son moscardones se librarían de ciertas moscadas, es decir, de ciertas muchachas sin vergüenza.

También se debe evitar el ocio; ¡ay de los ociosos! En los momentos de ocio es precisamente cuando el demonio impuro asalta y hace sus víctimas.

D. — ¿Será conveniente tratar entonces al demonio a salivazos y a bofetadas?

M. —Seguramente. Y en tercer lugar para librarse de la impureza es menester frecuentar los Sacramentos. La confesión quincenal, o a lo menos mensual y la comunión con la mayor frecuencia posible. En los sacramentos es donde el demonio impuro queda desenmascarado y vencido. Nada teme tanto, porque nada le es más fatal. Es imposible que continúe en la impureza, dice San Felipe Neri, y lo repite San Juan Bosco, el que con frecuencia se confiesa y comulga con las debidas disposiciones.

Mira, el mundo no puede creer que se mantengan castos tantos miles de sacerdotes, religiosas y religiosos, y no se puede persuadir cómo tantos en la flor de la juventud, se puedan mantener puros y castos en medio de tan grande corrupción; mas, ¿sabes por qué? Porque no comprende la arcana fuerza de los Sacramentos, porque no sabe, o no quiere saber que todos ellos se lavan frecuentemente y se purifican en el baño saludable de la Sangre de Jesucristo en la confesión, y más frecuentemente se alimentan con su Cuerpo Santísimo en la Comunión.

Pocos años hace, un joven abogado decíale en tono de broma a un amigo sacerdote:

—estoy persuadido de la sinceridad de tu fe, admiro tu abnegación, mas no puedo creer en tu honestidad, no creo en el celibato. El celoso sacerdote, herido en punto tan delicado le dice:

–– Esta bien, pruébalo y te convencerás.

–– ¿Cómo?

–– Frecuenta algún tanto la confesión y la comunión.

Cambiaron de conversación, mas otra vez se volvió sobre el mismo asunto y a los seis meses el abogadillo elegante cambiaba la toga de los tribunales por la sotana del seminarista. En menos de un año fue admitido a las órdenes sagradas, era sacerdote, y al presente es un acicalado predicador y defensor intrépido de la honestidad y del celibato eclesiástico. Lo probó y quedó convencido por este sacramento milagroso.

D. —Padre, ¿la honestidad reporta algunas ventajas?

M. —Muchas y nobilísimas. La pureza es como el lirio que sobresale entre las demás flores por su perfume y candor; ella se adueña de los tesoros de Dios. El hombre puro y honesto se siente y se muestra siempre tranquilo, no teme sospechas ni chismes; no tiene la mente embarazada de fantasías obscenas e inmundas; no se siente ligado ni esclavo de otra persona: goza de una paz íntima inestimable. Su vida es plácida, y serena es también su muerte. Tiene muy fundada esperanza, o más bien, seguridad, de su eterna salvación. Muy grande y especial será el predio y gozo que poseerá en el Paraíso.

Concluyo con un ejemplo histórico:

El célebre Mozart, a los veinticinco años había llegado al apogeo de su gloria, y el día en que cumplía esos floridos años, 27 de enero de 1881, pudo decir a la asamblea que lo festejaba, las siguientes textuales palabras: “Juro delante de Dios que durante toda mi vida no he tenido ni tengo nada que reprocharme en lo tocante a la impureza. He aquí el secreto de mi buena suerte y de mis triunfos”.

Se sentía puro y por eso también se sentía grande. ¿Cuántos pueden decir otro tanto?

Pbro. Luis José Chiavarino CONFESAOS BIEN.

miércoles, 22 de octubre de 2025

LOS HIJOS: NI PRÍNCIPES NI PRINCESAS, SINO SERES QUE DIOS NOS PRESTA PARA FORMAR HOMBRES Y MUJERES DE BIEN PARA LLEVARLOS A ÉL



Una madre levantó la mano y preguntó:
– ¿Qué hago si mi hijo está encima de la mesa y no quiere bajar?
– Dígale que baje, – le dije yo.
– Ya se lo digo, pero no me hace caso y no baja- respondió la madre con voz de derrotada.
– ¿Cuántos años tiene el niño?– le pregunté.
– Tres años – afirmó ella.

Situaciones semejantes a ésta se presentan frecuentemente cuando tengo ocasión de comunicar con grupos de padres.

Muchos conflictos se están viviendo porque los padres de familia se muestran temerosos o flojos para ejercer su autoridad. Y esos hijos van creciendo y el problema junto con ellos, ya que a esos padres les cuesta trabajo tomar la decisión de poner límites y ejercer su autoridad de forma correcta.

¿Por qué tus hijos hacen lo que hacen?

1.- PORQUE TÚ LOS DEJAS.
Un "nene lindo" mal educado.
No olvides que los hijos son para
llevarlos a Dios y no solo para darles
materialmente lo que tú no tuviste.
Que por tus omisiones nunca vayan
a perder la fe.
Hacen lo que hacen porque tú se los permites. Los hijos se convierten en lo que son, porque sus padres lo permiten, así de sencillo. Si tu hijo está haciendo un desastre de su vida, esta respuesta no te va a gustar, tú vendrás a mí y me darás un millón de excusas, le vas a echar la culpa a la música que escucha, a las películas que ve, a los libros que lee (si es que lee), a la violencia que transmite la televisión, al sistema educativo, o a la presión que ejerce la sociedad o a sus amigos, así es que haz a un lado la indignación y piensa en esta verdad: tus hijos son producto de tu paternidad o lo que es lo mismo, de tu manera de educarlos.

2.- NO HAY CONSECUENCIAS DEL MAL COMPORTAMIENTO.
Los padres dejan hacer a sus hijos lo que quieran, con muy poca información de lo que es aceptable y lo que no lo es. Si ellos hacen algo mal, no hay consecuencias por el inaceptable comportamiento.

Algunas veces decimos: "si haces esto te va a pasar aquello", y "si no haces aquello te va a pasar esto", después ellos no hacen lo que tienen que hacer y no pasa nada, no cumplimos la promesa de las consecuencias advertidas. ¿Sabes en qué se convierte un padre que no cumple con las consecuencias advertidas? En un MENTIROSO; y eso justamente aprenden nuestros hijos, a mentir, y a prometer sin cumplir, al fin que no pasa nada.

3.- TÚ LES DICES A TUS HIJOS QUE SON ESPECIALES.
Dejará de ser "princesa" para
 convertirse en tirana
Quizás no vas a estar de acuerdo conmigo en esto, créeme que a mí también me resultó difícil entenderlo y aceptarlo, pero es una realidad. Si tú eres de los que actualmente cree que su pequeño "ángel" es especial, lamento decirte que no lo es; si tú les dices a tus hijos constantemente que son especiales, los perjudicas más que ayudarlos.

Tu hijo es especial para ti y solo para ti, no lo es para nadie más. Tu hijo nació con todo tu amor y verlo crecer es toda una maravilla, sin embargo cuando crece y cruza tu puerta para ir a la escuela, él, solo es un niño más en la lista de la escuela, y no hay nada de especial acerca de él.

En el mundo real, tu hija no es una "princesa", ni tu hijo un "príncipe", sólo es un niño más. Los hijos deben entender y aprender a crecer sabiendo que al instante que dejen tus amorosos brazos y entren al mundo real, nadie los amará por la única razón de que ellos existen, como lo haces tú.

4.- TÚ HACES QUE TUS HIJOS SEAN LA COSA MÁS IMPORTANTE EN TU VIDA.
Ellos no son lo único importante. Yo sé que tú piensas que lo son pero no es así; cuando tú dejas pensar a tus hijos que son la persona más importante en tu vida, ellos aprenden a manipularte y tú terminarás haciendo lo que ellos digan.

No hay que descuidar a los hijos por
el esposo ni al esposo por los hijos
(esto último es lo más común),
pues podrías terminar sola.
Tus hijos son importantes, no me mal entiendas, tus hijos deben ser amados incondicionalmente; pero los padres que ponen por encima de todo la felicidad de sus hijos y sacrifican su propia vida, y algunas veces su matrimonio también, entonces cuando acabe la labor como padre, tus hijos crecerán y te dejarán, e irán en busca de su propia felicidad y tú te quedarás únicamente con tu esposo(a), en el mejor de los casos.

Si todo tu tiempo y energía lo gastas únicamente en tus hijos, cuando ellos se vayan tú no tendrás la certeza de que tu esposo(a) estará contigo; esa es una de las razones porque hay separaciones luego de que los hijos se van, pues la única cosa en común que tenían eran los hijos, y nunca trataste de alimentar el amor marital como lazo de unión. Y acabas sola(o) sin con quien envejecer juntos. Y por lo general terminas tratando y viendo a tu hijo de 50 como si fuera de 4 años.

5.- FALLAMOS AL ENSEÑARLES LA DIFERENCIA ENTRE DERECHOS Y PRIVILEGIOS.
Los hijos tienen entre otros los siguientes derechos: a la vida, a jugar, a la libertad de opinar, a una familia, a la protección contra el trato negligente, a la alimentación, a ser amados, a recibir educación, etc. Los privilegios son concesiones ganadas por una acción determinada; a nuestros hijos les compramos cosas, por ejemplo: lo más actual en videojuegos, o ropa o zapatos de marca, o una mascota, e incluso los llevamos al cine o a vacacionar, les compramos celulares, etc, etc. y todo gratis, a cambio de nada. Hoy te digo que aunque te sobre el dinero para complacer a tu hijo, tienes que enseñarle a ganárselo; él tiene que saber que las cosas que le gustan, cuestan y hay que pagar un precio por ellas. Incluso estas cosas te ayudarán en la negociación de actitudes y comportamientos (N. de la R: y a él, mediante ellos, a adquirir responsabilidades para mejor abrirse paso en la vida).

6.- TRABAJAS EN LA AUTOESTIMA DE TU HIJO.
Un hijo al que no se le han sembrado convicciones 
religiosas y morales fácilmente se descarriará intelectual  
y/o moralmente. De él daremos cuenta a Dios por poner
en juego su salvación eterna.












  La palabra autoestima es una palabra compuesta. Auto: uno mismo, y estima: amor, o sea, amarse a uno mismo. Tú no le puedes proporcionar una valoración positiva de él mismo, porque confundimos el animarlos y apoyarlos con aumentar su autoestima y cambiamos la regla de "si tiene alta autoestima tendrá éxito en todo", pero en realidad es al revés "si tiene éxito en todo, aumentará su autoestima". Así que si quieres que tengan autoestima alta, enséñale a alcanzar sus éxitos. A que luche por ellos, porque todo cuesta esfuerzo, dedicación y perseverancia.

Espero que estos comentarios te ayuden a entender el porqué a veces le pedimos peras al olmo, si en realidad cosechamos lo que sembramos.


Fuente: Padres al rescate de los valores.

martes, 21 de octubre de 2025

AMO LA BELLEZA DE LA MISA TRIDENTINA.



Amo el catolicismo tradicional y la misa tridentina, bella, solemne y profunda.

Amo el respeto con el que se vive toda la misa; amo que cada frase, cada acto, cada adorno en el altar y cada ornamento del sacerdote, tienen un significado profundo. Amo el latín, amo ver al sacerdote dando la misa de frente a Dios, mirando hacia el altar, haciendo de mediador entre el cielo y la tierra, dándole un carácter verdaderamente teocéntrico a la Sagrada Misa; mirando a la gente cuando le habla a la gente y mirando a Dios cuando le habla a Dios.

Amo la mantilla, la falda y en general la vestimenta usada, que debe reflejar la virtud de la modestia. Amo su música acompañada de violín o de órgano, amo sus cantos y más si son en latín… amo los cantos gregorianos, pues son una verdadera belleza que llega al alma.

Amo la misa tridentina, siempre igual, con una gran reverencia hacia el altar y sobre todo al misterio del sacrificio de la Sagrada Eucaristía; amo sus períodos de silencio, sus referencias a la intercesión de los santos, las genuflexiones y la mortificación que representa para los fieles  estar de rodillas un tiempo relativamente largo, todo ofrecido por amor a Dios.

Amo comulgar de la mano del sacerdote, en la boca y de rodillas. Recibir la Sagrada Eucaristía de la mano del sacerdote y directamente en la boca, es un privilegio y una confirmación de que él, el sacerdote, es el único merecedor de tocar el Cuerpo de Dios mismo. Qué bello es el significado de la patena, que hace más sólida la actitud de absoluto respeto, pues evita la caída al suelo de cualquier fragmento eucarístico. Amo recibir la comunión de rodillas, como un acto público de devoción, de adoración y de reconocimiento a la grandeza, divinidad y presencia real del mismo Dios en la Sagrada Eucaristía. 
 
Amo lo que queda de la belleza de los templos, cuando en todas las Iglesias se ofrecía la misa tridentina. Amo la belleza y solemnidad de su arquitectura, misma que te lleva a una inevitable actitud de respeto, de fervor, de solemnidad y a la convicción, de que ser católico es un verdadero privilegio y una maravillosa bendición.


GUR
Gloria Urbina Rodríguez

lunes, 20 de octubre de 2025

POR LA ROMA ETERNA

 

“… Que el Sacerdote capaz de predicar vaya hasta el límite de su poder de predicar, de absolver pecados y de celebrar la Misa Verdadera. Que la Hermana maestra vaya hasta el límite de su gracia y poder para formar niñas en la Fe, buena moral, pureza y literatura. Que cada Sacerdote y laico, cada pequeño grupo de laicos y Sacerdotes que tengan autoridad y poder sobre un pequeño fortín de la Iglesia y de la Cristiandad, vayan hasta el límite de sus posibilidades y poderes. Que los líderes y pupilos de tales fortines se conozcan entre sí y estén en contacto entre ellos. Que cada fortín protegido, defendido, entrenado y dirigido en sus oraciones y cánticos por una autoridad real, devenga tanto como sea posible una fortaleza de santidad. Eso es lo que garantizará la continuación de la Verdadera Iglesia y preparará eficazmente Su renovación cuando sea el buen tiempo de Dios.

“Así, no tenemos que tener miedo, sino rezar con toda confianza y ejercer sin temor, de acuerdo a la Tradición y en la esfera que nos corresponde, el poder que tenemos, preparándonos así para el feliz tiempo cuando Roma volverá a ser Roma (la Roma eterna) y los Obispos a ser Obispos (a actuar como Obispos genuinamente católicos)”.

 P.  Roger-Thomas Calmel. Breve Apología de la Iglesia de siempre.

sábado, 18 de octubre de 2025

POCO SE HABLA HOY DE LA REALIDAD DEL PURGATORIO



"Porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados" (2 Mac 12,46).

"Son por tanto espantosamente grandes las penas de las ánimas benditas del purgatorio, y además ellas no pueden valerse por sí mismas. Lo decía el Santo Job con aquellas palabras: Encadenadas están y amarradas con cuerdas de pobreza. Reinas son y destinadas al reino eterno, pero no podrán tomar posesión de él, y tendrán que gemir desterradas hasta que queden totalmente purificadas. Sostienen algunos teólogos que pueden ellas en parte mitigar sus tormentos con sus plegarias, pero de todos modos no podrán nunca hallar en sí mismas los recursos suficientes y tendrán que quedar entre aquellas cadenas hasta que no hayan pagado cumplidamente a la justicia divina. Así lo decía un fraile cisterciense, condenado al purgatorio, al hermano sacristán de su monasterio-. Ayúdame, le suplicaba, con tus oraciones, que yo por mí nada puedo. Y esto mismo parece repetir San Buenaventura con aquellas palabras: Tan pobres son aquellas benditas ánimas, que por sí mismas no pueden pagar sus deudas.  

    Lo que sí es cierto y dogma de fe es que podemos socorrer con nuestros sufragios y sobre todo con nuestras oraciones a aquellas almas santas. La Iglesia alaba estas plegarias y ella misma va delante con su ejemplo."

San Alfonso María de Ligorio


viernes, 17 de octubre de 2025

EL DERECHO A MORIR O LA MUERTE DEL DERECHO



Por Óscar Méndez Oceguera

El nuevo laboratorio de la muerte legalizada

El 10 de octubre de 2025, Uruguay se convirtió en el primer país de América Latina en legalizar la eutanasia y el suicidio asistido. Con una mayoría estrecha, el Senado aprobó la norma que permite a los médicos provocar o facilitar la muerte de quien padezca “sufrimientos insoportables” o “enfermedades incurables”.
La prensa lo anunció como un hito histórico, un avance moral, un paso más hacia la libertad. Los discursos oficiales repitieron el catecismo moderno: autonomía, dignidad, compasión.

Pero detrás de esas palabras se oculta una sustitución mucho más profunda que una ley: la del orden natural por la voluntad; la del ser por el deseo. Se ha promulgado una norma que destruye el fundamento mismo del Derecho, pues convierte en objeto de disposición lo que constituye su principio. La vida —fuente de todo derecho— se ha convertido en materia de contrato.


Una secuencia global cuidadosamente ensayada

El gesto uruguayo no es aislado. Forma parte de una secuencia cuidadosamente ensayada en Europa y Norteamérica: se comienza invocando la piedad hacia los enfermos terminales, y se termina justificando la eliminación de quienes “ya no pueden disfrutar”.
Países Bajos, Bélgica, España, Canadá, Portugal… todos siguieron el mismo itinerario, con idéntico lenguaje emocional y resultados cada vez más radicales.

En cada caso, la promesa de una excepción humanitaria a personas terminales se transformó, por lógica imparable y progresiva reinterpretación, en un sistema de eliminación legalmente administrada que hoy alcanza a personas con trastornos mentales o que simplemente están “cansadas de vivir”.
La muerte dejó de ser un límite y se convirtió en servicio público, cada vez más amplio.

Y ahora, América Latina comienza a replicar esa arquitectura. En México, la llamada Ley Trasciende copia casi palabra por palabra los argumentos uruguayos: “libertad de decidir”, “muerte digna”, “compasión médica”. Ninguna de esas fórmulas se refiere a fortalecer los cuidados paliativos o el acompañamiento espiritual: todas apuntan a institucionalizar el poder de suprimir la vida en nombre de la autonomía.


La libertad confundida con dominio

La primera confusión de nuestro tiempo consiste en creer que la libertad es dominio. El hombre moderno, obsesionado con ser dueño de sí, ha olvidado que la libertad no consiste en poder hacer cualquier cosa, sino en poder hacer el bien.
No es propiedad, sino participación.

La libertad sin verdad no libera, disuelve. Y cuando la voluntad deja de reconocerse subordinada al bien, se vuelve poder sin medida. La voluntad que mata deja de ser libre: es esclava del miedo, del dolor o del hastío.
Por eso, no hay acto más contradictorio que el suicidio asistido: es la negación de la libertad en nombre de la libertad misma.


El error metafísico de la propiedad del ser

El error proviene de una raíz metafísica: la idea de que el hombre posee su ser (su substancia) del mismo modo en que posee sus bienes (sus accidentes).
Pero nadie puede ser propietario de aquello que lo constituye. No tengo mi vida como tengo mis cosas: soy mi vida (mi esse).

Y aquello que soy, no puedo legítimamente destruirlo.
La relación del hombre con su existencia no es de dominio, sino de custodia ontológica. Disponer de la vida no es ejercer un derecho, sino traicionarlo.
La vida no pertenece al individuo: le ha sido confiada. No es objeto de soberanía, sino de responsabilidad.

Quien convierte la vida en propiedad introduce la semilla del nihilismo jurídico: si todo lo que poseo puedo destruirlo, entonces todo lo que existe puede ser eliminado.


La ley que deja de ser ley

De este extravío deriva el colapso del Derecho.
Porque la ley, si ha de ser justa, debe fundarse en el bien y no en la voluntad. La vida es el bien primero, el presupuesto de toda norma. Sin ella, no hay justicia posible.

Por eso, una ley que autoriza la supresión de la vida no es ley, sino ficción de legalidad. Sustituye el orden por el procedimiento, la verdad por la mayoría.
Es la forma perfecta del desorden: un sistema que legisla contra su propio principio.

Lo que antes se llamaba homicidio hoy se llama derecho; lo que antes se llamaba piedad, hoy se llama eliminación compasiva.
Así muere el Derecho: no cuando se cometen injusticias, sino cuando se las codifica.


La dignidad falsificada

Los defensores de la eutanasia invocan la dignidad, pero la confunden con la comodidad.
Creen que un cuerpo débil o doliente deja de ser digno, como si la dignidad dependiera del vigor o de la utilidad.
Sin embargo, la dignidad humana no se gana ni se pierde: es inherente al ser.

La enfermedad no la degrada, la revela. Porque en la fragilidad se manifiesta la grandeza de lo que somos: criaturas racionales, dependientes y abiertas al amor.
La verdadera indignidad no está en sufrir, sino en ser abandonado.

Por eso, la ley que ofrece la muerte en lugar del acompañamiento no es expresión de compasión, sino de cansancio social.
Es la renuncia organizada de una sociedad que ya no soporta mirar la vulnerabilidad y prefiere ocultarla bajo el nombre de libertad.


La compasión traicionada

Tampoco hay compasión en matar para evitar el dolor.
La compasión auténtica no elimina al que sufre: lo acompaña. Lo abraza, lo sostiene, lo eleva.

La compasión moderna, en cambio, es sentimentalismo desesperado: incapaz de dar sentido al dolor, lo suprime borrando al doliente.
El médico deja de curar para administrar la desesperanza.
El hospital deja de ser casa del alivio para convertirse en despacho de eutanasias.

Lo que se presenta como acto de piedad es, en realidad, la forma más fría del abandono.


La medicina del alma: los cuidados paliativos

Y mientras se promulgan leyes de muerte, los cuidados paliativos —la verdadera respuesta humana al sufrimiento— siguen siendo escasos y precarios.
Allí donde se aplican, la petición de morir desaparece casi por completo.
Porque el enfermo que se siente acompañado ya no desea morir: desea vivir bien.

El enfermo no pide la muerte, pide no estar solo.
Por eso, legislar la eutanasia sin garantizar los paliativos no es compasión, sino negligencia institucional.
Es ofrecer una jeringa en lugar de una mano.


El sufrimiento como revelación del ser

El sufrimiento, lejos de ser un error que deba extirparse, es el lugar donde el hombre se encuentra con su límite y con su alma.
El dolor revela la verdad del ser: su dependencia, su fragilidad, su apertura al otro.
En ese borde donde se toca la finitud, el hombre aprende la humildad y la gratitud.

Allí donde el cuerpo se quiebra, el espíritu puede crecer.
Por eso, las culturas que sabían acompañar el dolor eran más humanas que las que lo eliminan.
La nuestra, en cambio, ha hecho del bienestar su único valor, y por eso considera inútil todo lo que no produce placer.

De ahí nace la idea monstruosa de los humanos desechables: vidas que, al perder funcionalidad, se consideran carentes de sentido.
El anciano que se siente carga, el enfermo que teme arruinar a su familia, el pobre que no quiere ser peso del Estado… todos ellos son empujados, con dulzura burocrática, a desaparecer.
La sociedad del confort ha convertido la muerte en gesto de eficiencia.


La negación del fin y la corrupción de la justicia

La raíz última de este fenómeno es la negación de la finalidad.
Cuando se pierde la noción de fin natural, todo se reduce a técnica.
El dolor deja de tener sentido, la muerte deja de ser tránsito y la vida deja de ser misión.

El hombre, reducido a productor y consumidor, se mide por su utilidad, no por su ser.
Pero el Derecho no puede sobrevivir en esa lógica: si no reconoce fines intrínsecos, solo regula apetitos.
Y donde la norma se vuelve servidora del deseo, la justicia muere.

La eutanasia, en su aparente neutralidad, consagra este nihilismo final: la idea de que el hombre no tiene destino más alto que su propio consentimiento.


El Estado neutral que decide quién muere

El Estado, que debería proteger la vida, se disfraza de neutral y termina arbitrando quién puede morir.
En nombre de la autonomía, administra la autonegación.

Es el mismo principio que permitió el aborto y que prepara la ingeniería genética: la pretensión de poseer el cuerpo como cosa.
Pero el cuerpo no es objeto, es forma del alma.
No lo tenemos, lo somos.

Tratarlo como propiedad es confundir la persona con la materia y abrir la puerta a su manipulación total.
De ahí al totalitarismo sanitario solo hay un paso: el poder de decidir quién debe vivir por razones de utilidad, costo o comodidad.


El Derecho que muere de autonegación

El Derecho, reducido a voluntad de mayorías, deja de ser racional.
Una ley que legitima el suicidio asistido convierte al Estado en cómplice del nihilismo.
Y una sociedad que llama derecho a la destrucción de su principio vital, se prepara para desaparecer como civilización.

Porque el Derecho muere no cuando se transgrede, sino cuando se desnaturaliza.
Su esencia no está en el consenso, sino en la verdad.


El sentido purificador del límite

El sufrimiento, en cambio, guarda un sentido que trasciende toda ley humana.
Quien lo atraviesa con amor descubre la grandeza que el placer nunca enseña.
El que acompaña a un moribundo aprende más sobre la vida que quien huye del dolor.

El que soporta con esperanza su límite purifica su alma y la prepara para lo eterno.
En esa escuela silenciosa se forman las virtudes que sostienen el mundo: la paciencia, la compasión, la humildad, la fe.
Suprimir esa experiencia es suprimir el aprendizaje moral de la humanidad.

La eutanasia, más que una ley médica, es una amputación del espíritu.


Barbarie con rostro clínico

No hay civilización posible si el hombre no acepta que la vida tiene un sentido que lo supera.
Quien destruye el límite destruye la medida; quien elimina el dolor elimina la conciencia; quien convierte la ley en instrumento de muerte firma el acta de defunción de la justicia.

La única modernidad que merece ese nombre no es la que acelera la muerte, sino la que enseña a morir con humanidad.
Legislar la eliminación de los débiles no es progreso: es barbarie con rostro clínico.


La decisión final

La vida, incluso doliente, sigue siendo bien.
La ley que la niega no libera, esclaviza; no consuela, abandona; no protege, destruye.
Cuando una civilización convierte la muerte en derecho, abdica de su razón y de su alma.

Porque el Derecho vive mientras exista la convicción de que la vida merece ser defendida por sí misma.
Cuando esa convicción se pierde, lo que queda no es libertad, sino desierto moral.

De esa elección depende todo lo que entendemos por humanidad.
Porque una sociedad se define no por cómo trata a sus más fuertes, sino por cómo mata a sus más débiles, incluso si lo hace en nombre de la libertad.


En este impasse se juega el Derecho, el respeto a la naturaleza e incluso el alma.

jueves, 16 de octubre de 2025

DE LA MANO DE SAN JOSÉ

 

Oh gloriosísimo Padre de Jesús, Esposo de María. Patriarca y Protector de la Santa Iglesia, a quien el Padre Eterno confió el cuidado de gobernar, regir y defender en la tierra la Sagrada Familia; protégenos también a nosotros, que pertenecemos, como fieles católicos, a la santa familia de tu Hijo que es la Iglesia, y alcánzanos los bienes necesarios de esta vida, y sobre todo los auxilios espirituales para la vida eterna. Alcánzanos especialmente estas tres gracias, la de no cometer jamás ningún pecado mortal, principalmente contra la castidad; la de un sincero amor y devoción a Jesús y María, y la de una buena muerte, recibiendo bien los últimos Sacramentos. 

Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.

Jesús José y María
os doy mi corazón y el alma mía

Jesús, José y María
asistidme en mi última agonía.

Jesús, José y María
con Vos descanse en paz el alma mía.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria

V. San José, ruega por nosotros.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.

martes, 14 de octubre de 2025

LA ESPADA DEL SACRIFICIO (es la Cruz) – Por el Padre Theodoro Ratisbona. Año1938 (Parte II de II).



   Sí, la doctrina cristiana es una doctrina de sufrimiento y lágrimas; pero también es la religión de los consuelos inmortales. La cruz hiere solo para sanar; transforma el dolor en alegría, como la vara de Moisés transforma las aguas amargas en dulces.

   La cruz nos salva. Sin embargo, solo salva a quienes la aceptan voluntariamente como instrumento de purificación y salvación. Para quienes sufren pero se niegan a resignarse, sería inútil.

   No basta con sufrir; hay que sufrir con Jesucristo. No basta con morir; hay que morir con Jesucristo. El divino Salvador no abolió el sufrimiento humano: lo santificó, haciéndolo expiatorio y sanador, uniéndolo al suyo. «Sufrió porque quiso», dice el Evangelio, «y tuvo que pasar por el sufrimiento para entrar en la gloria». Es uniendo voluntariamente nuestra cruz a su cruz, nuestra muerte a su muerte, que seremos glorificados y coronados con Él.

   La cruz es la piedra de toque que distingue a los cristianos. Mientras algunos la rechazan, se enfadan y blasfeman, otros la abrazan como penitencia santificadora, como instrumento de salvación. «Está en la naturaleza de las cosas que el mal expulse al mal, el veneno combata al veneno y el dolor elimine el dolor», dice Belarmino; la amargura de la enfermedad se cura, por tanto, con la amargura de la medicina. Porque así es como la cruz inmola lo que debe morir y santifica lo que debe vivir.

   Comprendamos la gran lección del Calvario. Dos criminales son crucificados junto a Jesucristo. Uno de ellos acepta la expiación en unión con la de la Víctima Divina, y se salva. El otro también sufre la muerte, pero se rebela contra la cruz; y expira desesperado. Un misterio significativo que nos muestra bajo qué condiciones la cruz nos salva y nos abre el cielo.

   Los Libros Sagrados lo repiten sin cesar: “Para participar de la gloria de Jesucristo, es necesario participar en sus sufrimientos, y para resucitar con Él es necesario morir con Él”. De ahí el profundo significado de esta frase: “Debo completar lo que falta a la pasión de Jesucristo”.

   ¿Qué falta, entonces, en la plenitud de los sufrimientos del Redentor? Lo que falta y debe añadirse es la contribución de nuestros propios sufrimientos, la aplicación de los tormentos expiatorios del Divino Cristo de la Iglesia a todos los miembros de su Cuerpo místico.

   El Señor no nos unió a su inmolación, sino para asociarnos a su vida y a sus triunfos. Tal es la misteriosa operación de la cruz: de alguna manera reproduce el sacrificio voluntario de Jesucristo en cada cristiano. La pasión se propaga mediante la paciencia. La paciencia cristiana en realidad no es nada más que la misma pasión de Jesucristo sufrida por nosotros; porque la paciencia, como la pasión, es la cruz voluntariamente aceptada. La paciencia es también la virtud esencial de los discípulos del Evangelio; mediante ella poseemos nuestras almas y ganamos las de nuestro prójimo...

   Sin duda, la cruz es la espada del sacrificio y la fuente de muchas lágrimas, pero también es la prenda del consuelo divino y reconecta admirablemente en el ámbito espiritual los lazos que rompe en el orden natural. El misterio de la cruz es una locura para los perdidos; pero para los verdaderos cristianos, es el misterio del Amor, lleno de esperanza e inmortalidad.